Appia Antica

 

Appia Antica

 

 

                          Via Apia, Roma, en algún momento del pasado…

 

 

 

 

De los caminos que hacia Roma

alzan y señalan sus ociosas miradas,

eterna y como un río, la vía Apia,

andaba fluyendo entre los cipreses

erguidos y las imponentes estatuas.

 

Ellas, calladas, quietas sobre las entradas

de los panteones, saludando al viajero,

observaban hacia dónde iban, de dónde

venían, con sus marmóreos ojos fijos

en el horizonte buscando quien recitara

su epitafio, que, cargado de breves palabras

cinceladas esculpían una vida y un pasado

tan cercano que de él ya nadie se acordaba

o tan sepultado por el tiempo que, solamente,

acariciadas en la maltratada piedra, las letras,

legibles eran solo para los finos vientos delicados.

Allí estaban las tumbas de los Claudios,

amantes del pueblo a veces, otras tantas tiranos,

y de los Escipiones valientes, y de los Horacios

que aquel juramento legendario pronunciaron.

Así, se sucedían mausoleos enormes y columbarios

togados de tenues colores, ya casi borrados,

agotados durante tantos siglos por la suave lluvia

y por el llorar de tantas manos.

 

Y todos ellos eran el recuerdo y la vetusta gloria

antigua de Roma y de sus antepasados, y recobraban

la voz cuando repiqueteaba a veces con furia el agua

al caer del cielo y acariciar la piedra con sus labios.

 

Así hablaban ahora las funerarias moradas

en natural conversación de versos enigmáticos,

mientras carretas de comerciantes, tiradas

por mulas y burros serios y mojados

con mal de humores, apretaban el paso

al ritmo del áspero y cruel sonido del látigo,

que alejaba con el seco eco de un llanto

de los árboles a las aves en bandadas

dejando caer suaves plumas desde lo alto.

 

Y aquella tormenta tornada en aguacero

se abatía rabiosa sobre la pulida calzada,

y parecía como si el enorme titán Atlas

que sostiene el orbe entero a sus espaldas

hubiera sumergido en las astrales lagunas

al broncíneo cielo a la tierra y a la luna

anegando los aires de líquidas guirnaldas.

 

 

 

Ort 2019

Ausentes en los cielos

 

 

Midiendo la tristeza en océanos

y la naturaleza de las cosas en tiempo

sinónimo de alfares abandonados y de viento,

hasta colmarse la última gota del verso

que lo sostiene, viajando, siempre hacia adentro,

en un eterno y largo descubrimiento,

se llega a contemplar, más allá de los cielos,

el soplo de los besos queridos,

que sobre las olas saladas y bajo las aladas nubes

todos los que nunca llegamos a conocer nos dieron.

 

 

                             a Vicente, Asunción y Lorenzo

 

Ort

El fantasma del castillo

 

 

 

 

 

Mentira si dijera

que era una noche de lluvia,

que los rayos aguijonearan        

las corneas es posible

ya que el sol y la música

de sus destellos, blandían

la espada del ocaso

con inusitada furia

sobre los muros derruidos

de aquella fortaleza fecunda

de clavelillos y de sombras

agrietadas por las que manaba

la sangre dorada del horizonte.

 

Se levantaba el castillo

junto a una desdentada torre

gobernada por humildes nidos

en las orillas de los aires              

y resbalando por ella,

como picas colgadas

en una catarata de naipes,

en suaves espirales,

las rosas destilaban luz,

a través de sus cuerpos

escarlata cual cristales,

silenciosas, señalando

con sus espinas

los cuatro puntos cardinales.

 

Allí vagaba

lo que quedaba, lo que fue,

una sombra, por lo que se,

de un enamorado blanco

de veleras cabelleras

arrastrando las letras

como cadenas, a los pies

y que todos los días

cuando ardía el atardecer

se sacaba de sus bolsillos

tinta para que los pajarillos

heridos retomaran el vuelo

con alas arrugadas de papel

arrancado de las hojas

de los libros de los sueños

que guardaba para él.

 

Su barba negra, al sol

eran lirios amarillos

que lucía con orgullo

por los arcos quebrados

y los ruinosos pasillos

que hacían de puertos

para los lamentos

de los vientos

que con sus recuerdos

se mezclaban olvidados

y hacían sencillos versos

 

 

subía a la torre

sentía ser eco

callado y quieto

en el aire;

un beso,

vagaba por el tiempo

perdido y sin buscar

su sombra ni su cuerpo

su corazón huido,

ni su aliento.

 

Ellos se fueron

al cielo con su musa

y del recuerdo,

de su amor aquí

ya solo queda esto,

un castillo derruido

y un fantasma

empeñado en vivir

y hablarle a las amapolas

mientras lo devora el silencio.

 

Allí lo vi,

y mentiría si dijera

que no era yo aquel fantasma

fijando desde lejos

sus negras pupilas en mí,

y mentiría si dijera

que no empecé ya a morir,

ni que el olvido borrará

como la noche cuanto he hecho,

como un enorme bosque

absorbiendo un pequeño jardín,

 

abandonado,

en fin.

 

 

 

 

Ort 2018

Nana de Luna tierna

 

 

Algo acaba cuando algo empieza.

y cuando un sueño acaba con un sueño,

alguien en su olvido se despereza

en su lecho de flores onduladas

y doradas por el alma de la tristeza.

Y quien sabe si la vida es sueño

o es el sueño la vida cuando despierta.

Y quien sabe si los ojos que se cierran

y las manos que se abren, a la luna, lentas,

el brillo áspero del sol encierran.

Porque mi alma sabe de sus montañas

áridas, secas y desiertas

donde quedó tantas veces medio muerta,

pero algo escuchó también de la belleza,

pues se tumbaba en las cosechas

de trigo donde brillaban las estrellas

para oírlas hablar y hablar,

que son de las musas las sirvientas,

bandadas de pájaros en el cielo,

puñados de hojas silvestres

arrojadas a un universo, y quietas.

 

Rocío de la esperanza

que salpica las alturas mientras

empujadas por los vientos,

hilan con luz las alas abiertas

del náufrago, que ya en tierra,

ha expulsado el océano y despierta.

 

Por eso yo sé,

que es tierna,

¡Tierna! tierna…

la luz de los labios,

que me han salvado,

esa luz,

es ya para mi eterna

 

Son sus lunares,

esos astros

¡son luciérnagas!

 

Perlas

de alabastro

negras,

arrojando

luz,

a las tinieblas.

 

 

OrT.

 

El Coronel Triste

 

 

 

Quizás no tuvo buenas noches,

solamente noches,

mirando el universo,

por la flor de una cerradura.

 

Una habitación vacía,

hay un cajón abierto,

lleno de oscuras soledades,

allí duerme y juega.

 

solo, sin nadie,

sin amigos,

su único conocido,

el tiempo peregrino.

 

Vestido de alegre coronel

el pequeño niño esta triste,

empuña sables de cristal

contra las hojas del otoño

 

que su alma llena.

 

Una tormenta su mente

inventa, y solo su voz,

arrastrada por el aire yerra,

se golpea en las paredes

 

y vagabundea por la tierra.

 

Su imaginación;

un misterio, una vela,

que el aire vuela

como en un incendio

de silencio

y se mezcla

con las lágrimas

que sin querer

caen como una lluvia

en primavera

sin que nadie le cante

sin que nadie la vea.

 

Solo en su cuarto

nadie le observa,

su suave sonrisa

desciende mal pintada

 

como hiel tierna

y cae en compañía

de las ventanas frías

de cristal de piedra

 

vagas y difusas

que no le dejan ver

tras ellas un jardín de flores

bellas naciendo entre la hierba,

 

y más allá las arboledas

moviéndose al viento,

se ríen inalcanzables,

de su pena.

 

Ay, pequeño coronel triste

 

que batalla y se pelea

a tajos en lances terribles

contra enemigos invisibles

y ejércitos de niebla.

 

El mundo no le espera,

siempre en su cuarto,

tiene con llave,

lacrada la puerta

 

y las nubes, a fuera,

 

se deshacen y se crean

rápidamente sobre el cielo

mientras él juega

solo, y triste, a veces al amor

 

y a veces a la guerra,

 

y cuando la noche

da paso al día del mundo

y una y otra vez

este se le niega,

encerrado tras las paredes

de su celda

 

a veces se ahoga

en su llanto y observa

por la flor de la cerradura

los pétalos de las estrellas

 

y se duerme, cansado

junto a su cancela

mientras pasan las horas

una a una, eternas,

 

solas.

 

Pobre coronel triste!

tan grande es tu pena,

como la sombra del hombre,

sobre un campo de rosas

aterradas y quietas

 

que ven venir las manos,

cual cipreses negros,

del verdugo

para oscurecer su belleza,

 

pequeño coronel triste

marchitando la tierra

con la que sueñas.

 

Dime, que ves

al mirar el universo,

por la flor de la cerradura de una puerta.

 

 

 

Ort. 2018