El entierro de la Libertad

 

Redoblando triste,

camino del entierro va el tambor.

Marcando casi a golpes

el paso de una larga comitiva.

Detrás de él, en blanco luto va el amor,

envueltos todos en ojos que les miran.

Llevan a la Libertad al cementerio,

pues ha muerto de pena,

desdichada en vida,

¡Y ellos lo saben! Porque ellos la mataron…

Y cuando a su lado pasa, ni respiran…

 

Envuelven las vergüenzas

en las pupilas… y ni respiran.

la han matado con el silencio

los que nacieron de su valentía.

 

¡Campo maldito!

¡Donde la lleváis a enterrar!

Cuando atraviesa la puerta,

los cipreses alados

no quieren verla pasar!

el cielo de súbito se oscurece

mientras el hombre calla

y los astros suspiran…

y rompen a llorar!

 

La llevan a enterrar

rodeada de flores.

Lloran musas asesinadas

ángeles obreros

de martillos y hoces

enhebradas con rosas

de miles y miles de colores

tantos como sueños rotos

de quebrados resplandores…

 

Y en el momento de tapiar

la esperanza para siempre,

el sol irrumpe prendiendo las nubes!

Y las quietas estatuas agrietadas

de las sepulturas de los hombres,

coronadas por el musgo del tiempo

blanden pesadas sus tercas espadas

Y al tañido de un brillante relámpago

con furia se levantan!

¡Como tres mil grises muertes encapuchadas!

Y abriendo sus vacíos ojos verdes!

por el moho de las eras pasadas,

con la voz ronca del viento muerto

a la larga comitiva expulsan aterrada

echándola, de una tierra

que es sagrada, de la que solamente,

ha de guardar las llaves el cieno negro

opaco y oscuro de la brillante madrugada

 

Pues lo que como un regalo de ojos increíbles vino,

les es devuelto a los muertos como un racimo

podrido de vergüenza, tristeza y olvido…

Vergüenza!

Vergüenza de los vivos!,

y tristeza, tristeza

por los que aún no han nacido…

 

y como no,

la más cruel y rastrera puñalada

que es la del olvido…

 

Y el espectral cortejo de estatuas

desencadenadas de los panteones

carga con la libertad acuestas.

Entre redobles de tambores,

va ella, tornada de flores marchitas

y de lágrimas cubierta…

Mientras

un puñado de chiquillos,

escondidos tras una oxidada verja

ven pasar a la muerta

agasajada de luz, tan bella…

que tras aquella vieja puerta, cautivados,

con ojos abiertos y enamorados

la imaginarán el resto de sus días

soñando con verla despierta!

 

a Ella,

que aunque ahora

encadenada duerma,

bien saben los traidores

que es derecho y herencia,

que es como el amor…

Eterna.

 

 

 

Nadie duerma, nadie duerma.
Tú tampoco, oh princesa,
En tu fría habitación,
Mira las estrellas
Que tiemblan de amor
Y de esperanza.

 

Nessun Dorma

 

Ort   (hace mucho tiempo)

Appia Antica

 

Appia Antica

 

 

                          Via Apia, Roma, en algún momento del pasado…

 

 

 

 

De los caminos que hacia Roma

alzan y señalan sus ociosas miradas,

eterna y como un río, la vía Apia,

andaba fluyendo entre los cipreses

erguidos y las imponentes estatuas.

 

Ellas, calladas, quietas sobre las entradas

de los panteones, saludando al viajero,

observaban hacia dónde iban, de dónde

venían, con sus marmóreos ojos fijos

en el horizonte buscando quien recitara

su epitafio, que, cargado de breves palabras

cinceladas esculpían una vida y un pasado

tan cercano que de él ya nadie se acordaba

o tan sepultado por el tiempo que, solamente,

acariciadas en la maltratada piedra, las letras,

legibles eran solo para los finos vientos delicados.

Allí estaban las tumbas de los Claudios,

amantes del pueblo a veces, otras tantas tiranos,

y de los Escipiones valientes, y de los Horacios

que aquel juramento legendario pronunciaron.

Así, se sucedían mausoleos enormes y columbarios

togados de tenues colores, ya casi borrados,

agotados durante tantos siglos por la suave lluvia

y por el llorar de tantas manos.

 

Y todos ellos eran el recuerdo y la vetusta gloria

antigua de Roma y de sus antepasados, y recobraban

la voz cuando repiqueteaba a veces con furia el agua

al caer del cielo y acariciar la piedra con sus labios.

 

Así hablaban ahora las funerarias moradas

en natural conversación de versos enigmáticos,

mientras carretas de comerciantes, tiradas

por mulas y burros serios y mojados

con mal de humores, apretaban el paso

al ritmo del áspero y cruel sonido del látigo,

que alejaba con el seco eco de un llanto

de los árboles a las aves en bandadas

dejando caer suaves plumas desde lo alto.

 

Y aquella tormenta tornada en aguacero

se abatía rabiosa sobre la pulida calzada,

y parecía como si el enorme titán Atlas

que sostiene el orbe entero a sus espaldas

hubiera sumergido en las astrales lagunas

al broncíneo cielo a la tierra y a la luna

anegando los aires de líquidas guirnaldas.

 

 

 

Ort 2019