Nana de Luna tierna

 

 

Algo acaba cuando algo empieza.

y cuando un sueño acaba con un sueño,

alguien en su olvido se despereza

en su lecho de flores onduladas

y doradas por el alma de la tristeza.

Y quien sabe si la vida es sueño

o es el sueño la vida cuando despierta.

Y quien sabe si los ojos que se cierran

y las manos que se abren, a la luna, lentas,

el brillo áspero del sol encierran.

Porque mi alma sabe de sus montañas

áridas, secas y desiertas

donde quedó tantas veces medio muerta,

pero algo escuchó también de la belleza,

pues se tumbaba en las cosechas

de trigo donde brillaban las estrellas

para oírlas hablar y hablar,

que son de las musas las sirvientas,

bandadas de pájaros en el cielo,

puñados de hojas silvestres

arrojadas a un universo, y quietas.

 

Rocío de la esperanza

que salpica las alturas mientras

empujadas por los vientos,

hilan con luz las alas abiertas

del náufrago, que ya en tierra,

ha expulsado el océano y despierta.

 

Por eso yo sé,

que es tierna,

¡Tierna! tierna…

la luz de los labios,

que me han salvado,

esa luz,

es ya para mi eterna

 

Son sus lunares,

esos astros

¡son luciérnagas!

 

Perlas

de alabastro

negras,

arrojando

luz,

a las tinieblas.

 

 

OrT.

 

Tinta y lluvia

-I-

 

Como una abeja a la que roban la miel

y un soñador al que despiertan de golpe,

en un hueso partido, un alma torpe,

se esconde de la furia de la lluvia cruel.

 

Mira como diluvia, como caen en tropel

las estrellas mojadas que ha salido a ver,

rumbo a la tierra, decide entonces nacer

a la tempestad y fundirse con ellas, él.

 

y escribir

hasta que llegue el amanecer.

 

ingrávido se eleva,

después se deja caer…

 

 

-II-

 

Enterrado en la noche el sol caminante

y siendo el cielo un arrugado papel,

un llanto de plumas caídas en tropel,

inundan su corazón de parte a parte.

 

Rayos de tinta caen, negra pintan su tez,

colmando de luz sus dedos vagabundos

y con palabras iluminadas unos segundos,

hacen rebosar los tinteros una y otra vez.

 

Se encuentran ambas; para morir, o renacer,

labios lenguas, ojos, cuerpos: tinta y lluvia

juntas trazando lejos una melena rubia

mientras diluvia imaginación sobre la piel.

 

Ahora los truenos son compases

parpadeando en escaleras celestes

que llevan los versos bailando hacia él

 

y así le amanece

escribiendo sobre un hoy

que ha esculpido para siempre en el ayer.

 

 

Ort

Diálogo del poeta con la luna

 

            -I-

 

Escóndete, misteriosa

que nadie te vió nacer

y no te irán a empobrecer

ni el verso frío ni la prosa

con sus palabras.  A demoler

tu palacio de luz borrosa

vienen, con un pico y una rosa

sin saberlo, ¡ay!, sin querer.

 

Si solo con mirarte y ver

y reconocer en ti una diosa

toda la marea rumorosa,

sonámbula, te quiere coger.

Si el lobo, hasta el amanecer,

con su lengua pavorosa

te aúlla, y tú, una losa

de mármol blanco finges ser,

¡y no lo eres!, ¡tú!, ociosa

de jardines y tabernas

amante furtiva de poetas,

celadora de aquellos ojos

que yo siempre buscaré…

escóndete!

Cómo no van a manchar

tu blanca y lejana piel

si por amor los llevas

a los lechos y después

los dejas enloquecer!

Ay luna lunera,

¡Escóndete!, recoge

la sábana de estrellas

que dejaste caer

al desnudarte y vístete,

que sangra mi pluma

si desde la ventana me llamas,

y me dices, que me ves.

 

 

            -II-

 

 

Pero ella,

aquella navaja

afilada, blanca,

 

con su asta,

la carne del corazón

del poeta arrastra.

 

Y alzando su sueño

lo levanta

 

hacia el cielo

junto a su velo

del que él se agarra

 

Mientras ella

como una hechicera

Le habla…

 

 

 

 

            -III-

 

Luna Menguante

Luna nueva

Luna Creciente,

Luna Llena

 

Que te miran,

desde una almena,

como cuatro amantes

en una sola escalera

de caracol y marfil

de sonrisas y de pena,

esperando que aquí subas

a contemplar desde nuestros ojos

todas las semillas de arena

que esparcidas en la noche

solitaria

quedan.

 

Ven,

cierra tus ojos

y como las espigas

movidas sin aire,

solamente por amor,

como las estrellas,

sueña,

que seremos veleros

surcando los cristales

del agua apasionada de las riveras

 

deja la pluma,

mírame

ven.

 

Que la mirarás a ella,

a Elena,

esté donde esté.

 

 

 

 

ORT. 2017

Un observatorio abandonado

 

 

Allí, un observatorio abandonado

en la cima de la montaña más alta

con su cúpula girada por el olvido,

veleta quieta del sueño perdido

del hombre que dejó de mirar

a los cielos agujereados y ardientes

para arrastrarse perdido

ante la amargura de su suerte.

 

En ese espacio de ladrillos hundidos

en el suelo en deshojados remolinos,

fantasmas astronómicos abatidos

la triste música del eco silban

al viento como ángeles caídos

un llanto de abandono miserable

por sus rincones sin vida, vacíos

como esqueléticos ladridos

de lobos de boca quieta y seca

proyectada al infinito,

sobre el rumor de la nada

mientras pasa la luna blanca

sin nadie que la mire

sin nadie que le escriba,

porque ya nadie le canta.

Ella pasa,

rozando la cúpula abierta y ajada

de la burbuja de hierro

corrompida por la lluvia y el frio

ahora invernadero de las plantas

que hacia su herida escalan

buscando la luz

que a la humanidad le falta,

sin nadie que la advierta,

solamente los grillos,

los caminos de astros

y las luciérnagas.

 

¿Dónde está la quimera

que alimentó la voz

del saber y su esperanza?

Donde los ojos del hombre…

Aquí solo retumba un eco,

un eco,

su voz, lejos,

se ha perdido,

presa de las cadenas

impuestas a sus pupilas

que han de doblar las rodillas

al destino ingrato

del ser esclavo de sus huellas,

aquí, en la tierra,

siendo hijas

de las estrellas.

 

Duerme el observatorio

en una pesadilla de silencio

con sus telescópicos nidos

entre el rojizo metal roído

mirando al firmamento

en su sepulcro de olvido.

 

 

Ort  2017.

Certezas

 

espacio-maria-jose

 

 

Como aman los planetas  

a sus estrellas, en danza  astral,

atrayéndose como dos lenguas.

Como atraviesa la luz eterna

el camino oscuro del espacio

hasta hallar sobre la tierra

unas amapolas que recojan

como labios, entre el trigo,

reinas, de los astros la belleza.

Cayó en mi alma esa certeza

como un puñado de semillas

que el viento suave  esparce

y hacia mi corazón las lleva,

una verdad sonora sin ausencia,

un amor eterno que silencia

las heridas de la vida, borrando

con su abrazo caliente la tristeza

iluminando tus besos

como si hogueras fueran

por completo la noche

oscura

de mi existencia.

 

              Ort

 

 

                                     Te quiero Elena,

                                     Mi eterna estrella,

                                     mi precioso astro,

                                     que tanto me iluminas…

 

 

Pd: Cuadro pintado por la gran María José Bonillo, que allá en las estrellas sigue imaginando astros.