Clara, imposible, radiante
la noche más brillante
de toda mi vida
comenzó sublimemente oscura
sonámbula, profunda
deslumbrante,
te contaré su travesía…
Un suspiro quizás
un soplo de aire y luz
fue apartando con cuidado
las constelaciones agonizantes
de la cerrada madrugada
y cuando comenzaron a caer
desde lo alto, y a derrumbarse
como un ramo de rosas heridas,
lentamente derramándose
el azul marino del nuevo día
te acunó entre sus mejillas,
y mientras tu dormías,
soñando te dejó en el mundo
con cariño, sobre sus orillas
tras ese largo viaje tuyo
surcando las estrellas encendidas.
Dobló después las velas
nebulosas la luna llena
como blancas lagunas tranquilas
y guardándolas bajo tus brazos
las agarraron con fuerza
tus manos pequeñitas
¡ay de mi amor! ¡que parecían
dos racimos
de pequeñas margaritas!
Aldebarán,
la portadora de la antorcha,
en la cola espumosa
de la celeste diosa,
junto a las pléyades,
cual césares,
de ti se despedían
y cuando el cazador Orión,
se cansó de perseguirlas,
anunciando la Aurora
con su purpura de amor
y su carro de violetas
la llegada del rey sol
con su corona de planetas
al alejarse esparció
la luz de la vida
sobre tus parpados cerrados
como si fueran semillas
abiertas y amarillas
uniendo tu corazón
al del firmamento
mientras nacías.
y de ti se alejó aquel navío de sueño
que te dejó tiritando en aquel puerto
siguiendo su camino por los luceros
a través del misterioso universo
mientras la tierra bailaba
sobre el espacio y el tiempo
en una danza sin fin,
sin freno
sin melancolía.
Aquel día
tu mano sostuvo mi dedo
y mientras dormías
con ternura infinita
mi corazón callado
se reflejó en tu rostro
y lloró la más dulce
de todas las poesías.