La violeta tarde moribunda
lanza sueños florecidos
debajo de una encina solitaria
al labrador que contemplando
los surcos del arado que es la vida
se ensoña en cantos
de pájaros que se buscan
para amarse bajo el trigo.
Letras halla el labrador
en la nostalgia de silvestres rosas
en la voz de las vibrantes hojas
que besándose unas a otras
en la lengua más antigua de la tierra,
cuentan al oído de nuestro labrador
las más bellas y lejanas historias
y el la escucha, a la carrasca,
y se entristece,
de verla entre el trigo tan sola.
Diosas centenarias y olvidadas son
Y es tristeza lo que se cantan unas a otras,
melancólicas y lejanas como faros
le lloran a La Mancha y como olas
recogen sus lágrimas en cántaros
y las van esparciendo las amapolas.
Con la nana el labrador se ha dormido
ahora el quebrado silencio del sueño
lo cubre todo y solo silvestre
es la música que navega por su oído
y deja atrás sus ojos de hombre
y olvida su cuerpo a la sombra tendido,
la carrasca lo lleva con su voz más alto
de lo que jamás hubiera nunca él subido,
con su alma a va a desembocar al rio
del murmullo largo y sonoro de las hojas
que le abren sus sentidos y le arrojan
su tremendo color verde pálido de olvido
y llora el labrador con sueños encendidos
derramando una lagrima, por cada encina
que queda abandonada en los caminos…
Un trueno anuncia la tormenta
y despierta al labrador
del largo sueño de las carrascas,
bajo la luz de un rayo que se acerca.
A un lado estrellas esmeraldas
al otro la negrura más violenta,
el cielo partido en dos mitades,
en guerra están las nubes sobre la tierra.
El trigo espera a la lluvia y agitándose
un mar parece, lo mira el labrador
bailando sobre la jornalera siembra.
Rescata su sombrero de entre las piedras
le anuda rebeldes espigas de trigo
y con la herida del sueño aún abierta
se queda junto al árbol como un amigo
y en vez de huir raudo de la tormenta
deja volar con ella las alas de su destino
y a la lluvia en el ocaso se encomienda.
Lanzan los pájaros el vuelo entre la hierba
en altos bailes sobre la tarde muerta
y con las primeras gotas de agua de advertencia,
se posan en las ramas ante los rugidos
de una feroz sinfonía de truenos que se acerca,
el aguacero se convierte en una gigante arpa
cuando el relámpago hace vibrar sus cuerdas,
al cerrado ocaso la enorme mano abierta
del rayo golpea los rizos de agua rubia
que caen desatados iluminando las tinieblas
y vuelve a ser negro el horizonte, diluvia
siguen las nubes descargando su llanto
sobre el labrador y la encina soñolienta.
La música cada vez se hace más lenta
hasta ser solo un rumor, solo un susurro,
una quebrada copla de redobles
bajo el arcoíris nocturno de las estrellas,
se van alejando las oscuras nubes
navegando en otro rumbo hacia otro mundo
con sus ya ligeras y blancas velas,
libre el cielo, ya recibe los primeros compases
de la noche en clave de luna llena
vieja y brillante ilumina la húmeda vereda
que huele a flores silvestres, a vida,
a trigo dorado bañado por la primavera
el labrador mira con melancolía a la encina
sus dedos tocan el tronco y sueñan
que es una marrón enredadera retorcida
de raíces que se hunden en su piel,
hermana de una tierra que la olvida,
los restos de un verde naufragio
en la llanura soleada y campesina
arada a la sombra de pueblos,
esperando siegas y vendimias.
Y se despide de ella
en su alma la lleva prendida con espigas
y echa a caminar por el llano
debajo de la noche estrellada y cristalina,
por delante la Mancha extendida
con su cielo oceánico aguijoneado
en el horizonte negro por puñales blancos
y por detrás la carrasca que le mira,
alejarse entre las cosechas, por los campos.
Es aquella carrasca Joseja, la que tu bien sabes, la que me empujó desde el recuerdo, mediante el sueño de la imaginación a escribir este pequeño homenaje a todas ellas.
A ti va dedicada compañero. Por querer hacer de los campos de encinas y perdices tu futuro.
Una respuesta a “El Labrador y la Carrasca”