«Suaves como palomas, los pensamientos vuelen de vuelta a casa»
Malcolm Lowry
Al pasar la cruzando una colina
tallada suavemente por el aire
y enhebrada por enjambres
de miles de amapolas.
Entre los árboles viejos y altos
que se mueven con el viento
contando y contando alientos,
restando y restando horas.
Al dejar atrás las luces
medio apagadas de mi incierta senda,
los ríos marfiles las mariposas,
cruzando el monte bajo
regado de liebres, trigo y algunas rosas,
fui a dar
con mis huesos y mi sombra
al fondo de una aldea,
que sin querer de mi destino
me retuvo lentamente
a lo templado
del fuego y una mesa
entre caricias de vino
De las mil lunas
que dentro de la noche
inundando la oscuridad
brillaban,
me quiso abrir el alma,
en silencio y una a una
las alas de la memoria
a la vez que las del alba,
a plena voz el alma,
en esa casa, mientras el fuego
Aceleraba mi imaginación
y la excitaba,
pues lo que de ella huía
aquellas chispas de luz,
me las quedaba,
mientras recordaba,
y me perdía en la mente
de los campos, la niñez,
las flanqueadas plazas,
guardando colores amarillos
y flores esmeraldas.
Envuelta en su corona
iban todas mis tardes
ya doradas,
verdaderamente azules
pero apagadas,
y entre tanta levedad
el alma de un segundo,
grande como un océano
se perdía y estallaba
para hacer infinito,
la ceniza y la nada,
para hacer de un latido
una bruma inundada
de constelaciones
y galaxias ilimitadas.
El sentimiento
sobre el corazón de las calles,
las esquinas de la nostalgia
donde quemé los alientos
saboreando las fuentes de la noche,
cantando llorando gritando,
reclamándole al sol
sus preciadas horas,
para descubrir sobre su miel
lo que el día le roba.
El abrigo de los parques
interminables,
las ocho tan temidas,
que ahora se me dan la vuelta
para amanecer frente a la puerta
abierta de las churrerias
Tantos rincones en tantos sitios,
tantas ciudades
con otros tantos laberintos.
la playa, la Andalucía profunda
un pedazo de mi aliento es mar
y el resto es luna, luna llena,
tierra enrojecida
aroma, luz oscuridad,
y montañas de arena.
Me lleva la hoguera
caminando de la mano
por los rincones
mas profundos de mi casa
a ratos tan llena,
a veces tan desamparada.
Pero no engaña
la soledad del ser humano
a una sonrisa, trazada
con millones de miradas
para dibujarla sobre el alma.
No engaña el tiempo
aunque jamás pare y por tregua
nos entregue los sueños
como una broma macabra.
Ya casi amanecido
sigue despuntando el fuego,
envolviendo con el mis ojos
cristalizados y perdidos
en sus lenguas, placidamente,
mientras me invita de nuevo
a mecer mi corazón
y mis sentidos.
Ort.