Vuelve a pasar el planeta
por donde hace hoy años
lo quiso detener un beso.
Se alinean las constelaciones
las mismas, las tuyas y mías
evocando un mapa de deseos
por el que cruza ahora la Luna
ansiosa por que se unan tus ojos
a la danza de los astros y los luceros.
Al oído te las voy a ir nombrando
siquiera sea por consumir tiempo
entre mis labios enamorados
y tu oído presto a las noches inmortales
donde mora siempre la imaginación
En lucha contra la serpiente Hidra
tienes a Hércules, inmortal guerrero
y al caballo Pegaso, con sus alas
sobrevolando blanco el negro cielo.
La corona Borealis de la diosa Adriana
hija de Minos, abandonada por Teseo
y la vanidosa Casiopea, hija del rey Cefeo
esclava de su silla y su pluma, su trofeo
su hija Andrómeda, Galaxia enorme
y la mujer más bella del monte Olimpo
donde duermen los dioses griegos.
Cerca esta su amado y noble Perseo
asesino de Medusa e hijo del Dios Zeus.
Vega brillante sobre la Lyra de Orfeo
convertido en cisne y allí arriba
la Osa Mayor, la cual guio a Ulises
desde Troya hacia Ítaca por el Egeo.
Y allí, centelleante, la leche derramada
del pecho de la Diosa de Diosas Hera
y que no es más que una enredadera
de millones y millones de lejanas estrellas
Y el Escorpión y El Águila
y con la Estrella Polar, la Osa Menor
que marca siempre el norte
y ha de velar el sueño del amor
más otros tantos millones de astros
que nos miran desde el hondo
océano eterno de la noche
y que vendrá a azularnos el Sol…
Y así pasen cien años más
abrazados tu y yo,
mirando al firmamento
desde este humilde balcón
al que llamamos tierra
entre besos y leyendas,
y cuando caiga el telón
miraré yo esos dos luceros
que por ojos llevas
pues no hay cielo más sublime
ni más hermosa constelación.
¡Pero cuánto pierde el mundo si los cierras!