La luna sobre el Cairo

 

 

De las ninfas arenas

voladas por el desierto

y entre tus rizados cabellos

hispanos brillando

yo no sé, tan negros,

desafiantes ante el cielo,

 

tan pequeñas se me hicieron

las pirámides, aguijones leonados,

dorados del indescifrable desierto,

las esmeraldas aguas cristalinas

de las riberas arenosas del Nilo eterno

y sus gigantes estatuas de piedra

alzadas aún en los milenarios templos…

Reflejados todos ellos

como lunares en tu cuerpo parecían

¡ay de mi amor! ¡todos tan pequeños!

que el último faraón de la tierra,

el ardiente sol, gimió por no tenerlos…

 

Esto pensaba yo

cuando tú mirabas distraída

las verdes palmeras de las orillas

de aquel río africano de aguas tibias

mientras se incrustaba enorme

como una perla blanca la luna egipcia

robada al Cairo sobre tus mejillas…

 

Giraste entonces hacia mí

tus pupilas y se abatió de golpe

el inmenso cielo sobre mi sonrisa

y aquellas estrellas, astros de miel,

como una constelación libre

de diminutas aves amarillas,

desde lo alto del universo brillaron,

por mi amor como jamás lo harían,

 

y así, junto al último rayo del sol

que blandió el desierto aquel día,

supe, al volver a mirarte, quieta,

como una eterna fotografía,

que mi corazón junto al tuyo

allí para siempre se quedaría.

 

volando sobre la luna del Cairo.

 

 

 

Ort – 2019

La ciudad de los Muertos

 

La ciudad de los Muertos
(Ciclo egipcio  I)

 

 

Más allá

del valle eterno,

ventana al desierto,

donde la esfinge

asomada a los tiempos

llora solitaria,

como la última de su estirpe;

en el corazón de El Cairo

hay una ciudad

que llaman de los muertos,

un antiguo cementerio

donde los vivos hambrientos

comen encima de los huesos

su banquete de polvo

junto a los perros.

 

Conviven los pobres

con los esqueletos

que bajo la tierra tiritan

cuando desde lo alto

del minarete de la mezquita

llama el imán a la oración

y los hombres se descalzan

bajo la media luna marchita.

 

Hay fúnebres palacios de reyes

que gobernaron países, conquistados

por las más humildes familias,

hay un loco desconsolado

sucio, con la camisa partida,

con un pie descalzo

y en el otro una sandalia descosida,

lanza naipes al aire

mientras le habla al viento

con la mirada perdida.

Pasa ante mis ojos

como un fantasma

que hacia ningún lugar

y sin rumbo camina.

 

Y cuando la noche baja al mundo

y la arena recorre las calles,

en las puertas de las criptas,

los perros apaleados

y los hombres duermen,

enseñando las costillas.

 

Miro al cielo

y sobre las estrellas ausentes,

jamás afligidas,

veo volar una cometa

flotando entre la muerte,

navegando entre la pobreza;

y pienso en el niño

que la lleva,

y el mundo se hace algo menos triste,

y se hace algo menos pesada la tierra.

 

 

OrT
El Cairo.  2 de julio 2018