Nací a las puertas de la primavera
con un invierno infinito en mi corazón
esperando a que la luna partiera
las nubes oscuras como un galeón,
y con su espolón, como una relojera
de luz, en hora las amapolas pusiera,
Convirtiendo el negro en rojo,
esparciendo mi alma como avena
en la piel de los campos de la tierra.
Crecí bajo las carrascas y los mares
que gritando libertad susurraban miserias.
Te besé entre espumosos manantiales
que no pararían si la muerte lo impidiera,
y en el más allá solo polvo seré
solo polvo quizás, pero sin pena.
Que bien valen una vida tus ojos
marrones, que me llaman
como llaman a los marineros las sirenas.
Bien valen una vida entera
para soñarlos después dormido
durante toda la noche eterna.