Cinco poemas del libro Torres de La Mancha

               Que me escuchen

 

Que se apaguen los clarines

¡Que me escuchen!

Vientos, aires, flores.

¡Que me escuchen labradores!

Cielos claros como manantiales,

que tiñan de rojo amaneceres

¡Y como el mar pinta barquitos

en los ojos, cuelguen claveles!

 

Los jardines de las nubes

¡Que me escuchen!

y florezcan de violetas

¡Que me giren las veletas!

Guiándome de oriente hasta occidente

¡Que ya viene a segarte

el dios de poniente, cargando

en sus hombros, la bóveda celeste!

 

Pueblo llano y claro, ábrete.

¡Escucha mi corazón clamar!

Desde las montañas a los valles

¡Escucha a mi alma llamarte!

Que ya vienen los hombres

a robar tu aliento adolescente.

Las flores que derraman los amores

vienen a llevarse, ¡Tu corazón caliente!

 

Que ya vienen, que ya se sienten

¡Escúchalos juntos gritar!

Al son del cielo que sale y se esconde,

¡Al son del mar hecho cielo, que se rompe!

Y sobre tus pies augusto se muere

escúchalos llorar, reír, esperar…

Escúchanos juntos al alba soñar,

y míranos pacientes, caminar y caminar…

 

 

 

               El árbol y la Noche

 

Llora, la noche llora,

y el aire se levanta.

Se mueren las estrellas,

en los labios del alba.

 

La luna de nata clava,

envuelta en nebulosas

negras alas celestes,

a las altas esferas blancas.

Aguijoneada carne el cielo,

de luto y luz por los astros

viejos de las colmenas.

Partida y melancólica

el alma de la tierra;

por el árbol que se muere.

Por las hojas que le lloran.

 

Grita el viento, grita

y las campanas doblan.

en sus copas de hielo gira,

las ramas con plata adornan.

 

Un árbol solitario

derrama soñando

otoñales bostezos

y en su vigilia los lamentos

se esparcen silenciosos, 

quietos.

Plata en sus sueños,

y en sus ramas veleros

navegando morenos,

de sus manos al cielo.

Oro en sus ramas, oro.

Las hojas ya cantan

disfrazando a los luceros.

 

Grita el viento, grita

y las campanas doblan.

En sus copas de hielo gira,

las ramas con plata adornan.

 

Llora, la noche llora

y el aire se levanta.

Se mueren las estrellas

en los labios del alba

 

 

 

              Tierra en primavera

 

Cuando te vea, vestida de verde

mi piano levemente mecerá

a la marea de la tarde clara,

mecerá las estepas,

y su alma en aras.

y nacerá todo cuanto la tierra emana.

 

Cuando te canses de los yugos

y vuelvas a bailar la noche entera,

cuando la luna sea el sol

y con él, tu sonrisa las estrellas.

 

¡Sí! ¡Cuando brillen las estrellas,

y me eleves contigo a ellas!

Que ya volverás a ser morena

en otoño, entre las eras.

 

Cuando vuelvan los amigos

y renazcan los amores.

¡Cuando resurja el pueblo vivo,

de la Mancha, de los labradores!

 

 

 

               Torres de La Mancha

 

Tres torres soñolientas

alzadas sobre el horizonte,

señoras de un castillo

que contemplan la eternidad.

Observando mil soles

que desbordan los amaneceres,

llorando

junto a un millón de corazones,

que por su Mancha caminan,

que por tu Mancha sueñan.

 

Tres Torres,

como tres caballos desbocados

blancos como la luna

que a la noche sus tristezas cantan

soñando, por los campos

de trigo, sangre y vid.

Perdidos como lagrimas del cielo

por los nostálgicos caminos

donde anduvieron pastores

guiando las ilusiones 

de un pueblo que calla sediento,

y gime olvidado.

 

Mancha de carrascas

de pinos y de almendros

donde florecen atardeceres

más que solitarios, eternos.

Donde los horizontes

nacen en la tierra

y expiran más allá de los sueños,

donde las estrellas vuelan y navegan

hacia los campos, que se hunden

en el fondo del universo.

 

Mancha humilde

Mancha linda y hermosa

de verdes primaveras

y largos letargos del otoño

Mancha donde mi corazón nació

Mancha de niebla y bruma

Mancha muerta,

y tan solitaria.

 

No son sus oficinas,

ni sus ciudades, ni sus carreteras,

Son sus pueblos olvidados,

y sus calles polvorientas.

 

Es el silencio de sus iglesias

con sus campanarios

mudos y atormentados.

son sus campos de tristeza

es su alma olvidada y muerta.

 

Son sus caminos encendidos

de lágrimas y amapolas.

Son sus raíces perdidas

en los cementerios como rosas dormidas.

 

Son sus viejas casas vacías

son sus batallas perdidas

Que aun así vencen al tiempo,

todavía sobre mi corazón.

 

¡Hay, corazón de la España silenciosa!

del pensamiento callado y recogido.

Por tus campos olvidados

cabalga la melancolía,

por tus pinares abandonados,

envueltos en jirones de niebla,

sueña mi alegría.

 

Sobre el Guadiana, y el Júcar,

Pueblo del sol tierra mía,

tu por siempre

su nombre arrastrarás.

 

¡Tan finita es la mente,

tan universal es mi Mancha!

Que mis ojos a los suyos

a mirar todo no alcanzan…

 

 

               Epilogo

 

Tres torres que son molinos

guardando el trigo de muerte herido

tres torres, que son segadores dormidos

soñando a su tierra, entre el grano molido.

 

¡Yo me voy con ellos, es mi destino,

dormir entre sus campos verdes y amarillos!

 

 

OrT   2009

 

La cabra y la niña

 

Manuela

 

A mi abuela, por ser tu historia, te quiero.

 

 

Los sueños de los muertos

eran los suspiros de las rosas,

y los lamentos de los ángeles,

el llanto de la niña

que iba llorando en las alforjas

de un burro moreno y cansado,

hijo del yugo y esclavo de las horas

arando con ojillos tristes la tierra

pedregosa  y negra, sin caracoles,

inundada por cantos en rondas

de milenarias ascuas apagadas

que fueron astros y son ahora

marmóreos y deshojados girasoles

que se tropiezan con las amapolas.

 

¡Volaban las águilas perdiceras

tan alto, sobre otras celestes sendas!

que no prestaban atención

a aquel labrador andante,

junto con su terco burro delante

guiado por las riendas

y que extendía las orejas

siempre alerta sobre el llano,

así, el animal y el amo

iban y venían de sus ausencias

como si todo lo arreglara el caminar cansado.

La niña miraba sobre el esparto

un sol deshaciéndose de girones blancos

y en el horizonte, a lo lejos, una Venta,

como una vieja perla de barro levantado.

 

Manuela mía, leche te darán

para que crezcas, de una cabra,

de lanas negras,

Manuela mía, tan pequeña

entre el hambre, y la miseria.

 

Se abrieron las puertas

del casón, el patio,

ungido de cal blanca refulgía

como la nieve sobre las tejas.

El labrador bajó a Manuela

desdichada y pequeña,

tan bella, sentada

entre las florecillas de la hierba

 

Un dedo le habían cortado

por la gangrena,

y un aguacero había caído

derramado entre sus parpados

por las incansables ruecas

giradas por la tristeza,

forzada a trabajar tan pequeña,

a veces en campos de yeros,

otras frotando y lavando

las ropas de los señoruelos

¡como gemían heladas sus manos

en esa queja continua de los dedos!

cobrándose al fin uno de ellos

mientras los otros cuatro se despedían

y toda una vida lo echarían de menos.

 

Allí estaba Manuela.

a los pies de dos pinos viejos

que alcanzando casi el cielo

verdes se incrustaban ya

sobre un azulado desierto.

pastores atareados, segadores,

mozas y criados iban y venían

por la venta con pasos ligeros.

La reconoce uno de los cabreros,

y entre la espesura de las ovejas

blanca, va a buscar unas lanas áridas

hiladas y tostadas por los vientos

de esta Mancha mía donde tu naciste

y se criaron Manuela, tus sueños

 

y la encuentra,

y a un silbido viene

y sus ojos profundos

se cruzan con los de ella

parecen sonreír

y reconocer a la pequeña

 

va cayendo la leche,

y ella, la cabra negra

que desde bien niña la conoce

como si su madre fuera

le toca con suavidad su mano

con la ternura de una abuela,

el llanto de la pequeña cesa

por ese dedo cortado

y al son del sonido de la lechera

una sonrisa en su rostro crece

y su lengua se embelesa.

 

Manuela mía, leche te darán

para que crezcas, de una cabra,

de lanas negras,

Manuela mía, tan perdida

entre el hambre y la miseria,

justo cuando empezaba una guerra

que España despedazaría.

 

y con orgullo llevo yo su nombre

ella sabe que con infinita alegría

¡pues quien diría que sus pupilas

a ver tanto llegarían!

que estallarían como flores en mi sangre!

ay de mi Manuela

de mi Manuela mía

una cabra te alimentó la vida!

la misma que mis versos alimenta

junto a mi amor por ti

como una lumbre de pastores,

caliente, despierta, encendida!

que tu nombre llevaré yo siempre

arando estos mundos con la poesía,

que no hay mejor tributo

a tu corazón que recordar al mundo entero

lo que yo te quiero, Manuela

mi Manuela mía,

y cantarlo a los cuatro vientos!

y con orgullo mientras viva!

 

 

Manuel. 2016