Quien tuvo la gran lira, lengua
de las musas, el laurel y las hadas
al servicio cristalino de sus pies
descalzos como la noche clara.
Quien tuvo en su pluma la gran nata
de fundir en los vientos la palabra
y enfrentarse al tiempo con la espada
de unas flores gigantes esculpidas en nácar,
escondidas pero ardientes,
en el corazón de las manzanas.
Quien fue libre, tú, tan adorada,
que hasta el mismo Aristóteles
ante tus versos humilló su rabia,
doblegándose a aquella voz tan alta
Safo, tú entre los poetas
tú entre todos los que gimieron
en volcanes de llanto sus alboradas,
la más grande estrella de todas las madrugadas.
Tú, que en un mundo cruel
lira en mano cantaste al amor
universal de dos cuerpos cualesquiera
que fueran que se amaran, tú.
Tú, la condenada, que por santa cruzada
quisieron enterrar a la luz de la llama
tu lengua sin saber que el fuego sonoro
lanzaría de nuevo al aire tu poesía descarnada,
cantada entre los astros y devuelta a la tierra
como un cometa aplastando su intolerancia,
llama que era alumna de la universal mirada
humana que acoge cuanto condenan
y que de las hogueras las sílabas rescata,
tú, Safo, eterna musa y Diosa de las almas
que caminan entre sendas de letras
esmaltadas de pureza libertaria,
de amor sin cuartel y de viva esperanza.
Porque venciste, porque eres universo.
Porque eres piedra en sus tijeras
y eres fuego en sus censuras secas
que arden incendiadas bajo tus palabras.
Tú, Safo de Lesbos, tu luz en gran cascada
estalla en los reinos abatidos del silencio
de los que quisieron sepultarte
y sobre sus tumbas ahora canta!
Ven ahora, desnuda con tu lira blanca,
eterna, y entre sus malvas versos planta!
e ilumina los amores del mundo
que son, en verdad, la única Tierra Santa.
Ort
Como la dulce manzana que se enrojece en la rama alta,
alta en la más alta,
y se olvidaron de ella los recolectores de manzanas;
pero no se olvidaron de ella, sino que no pudieron alcanzarla.
Safo