A una palmada
caen los astros
y bajo las alas
de una paloma
de media luna,
por callejones
donde las velas
de los balcones
nada alumbran,
bajan a posarse,
cuelgan figuras
de sus sombras
cual sombreros
para las musas
que desnudas
por las calles
invocan ebrias
en la penumbra
de los portales,
de astros la furia
estrellada de la lluvia.
Que los luceros
blancos, caídos
brillen y refuljan,
su danza no pare,
y los faroles,
que la belleza
con su luz denuncian,
lloren enamorados
de sus melenas rubias.
Que rocen con los pies
las margaritas tristes
de las aceras oscuras,
y como las antorchas
se enciendan febriles,
y alcancen con sus dedos
las olímpicas lagunas.