Una noche en el Valle de los Caidos
Por sus catacumbas
anda la fecunda muerte
y con el hedor marchito
de pesadilla que la envuelve,
a los soldados
de sus tumbas
hace revolverse.
Rechinan sus dientes
y sus ojos se iluminan
salpicando con un torrente
de luz oscura las penumbras
turbadas del valle
bajo la luna creciente.
Las estatuas gigantes
parecen moverse
ante la brisa fría
envueltas en brumas sombrías
que la guadaña lunar
siega lentamente,
entonces, penitentes
se oyen sonar, opacas,
como en un lejano sueño
para los vivos que duermen,
las campanas espectrales
de la abadía de la alta cruz,
como cañones ardientes
llamando de nuevo a la batalla
en un destino sin fin de muerte.
Aquí no hay paz.
unos a otros
se disparan atrozmente
con fusiles nebulosos
que aúllan como lobos
y que a los cuervos
enlutados enmudecen.
De nuevo el hermano
contra el hermano lucha
sin recordar porqué,
sin acordarse de su suerte.
Dos ejércitos consumidos
en lo profundo de la tierra
de uniformes vencidos
por el moho en una guerra,
enseñando sus colmillos
recogen sus estandartes caídos
y en la noche se enfrentan,
como animales enfurecidos,
de rostro desencajado e inerte.
De entre todos ellos, uno,
en el fango frio
del monte lívido
y sangriento se yergue
corre aterrado,
pavor siente,
por estar condenado
al tormento
de repetir aquella batalla eternamente.
Las balas espectrales
cegadas por un odio fantasmal y ausente
contra él se vuelven,
veloces le atraviesan una a una
desde su seco corazón hasta su frente
y anidando en la locura
más profunda y salvaje de su mente
como descarnadas palomas mensajeras
le explotan en el alma y le hacen retorcerse.
Claman sus oídos silencio y clemencia
sus ojos cerrarse quieren
pero miran hacia el monte que sostiene
la gran cruz forjada por los llantos
de las viudas y las madres muertas
que le susurran, que con sus hijos
a por él vienen, solamente
Se arrodilla,
truena el cielo y las nubes
estallan fusilando la tierra,
preñada de dolor por la lluvia
que sobre el valle se vierte
se detona allá en las alturas
un relámpago sangriento,
en lo alto la alcanza,
y bajo él, la gran cruz se derrumba
y cae en medio millón de pedazos,
y en medio millón de serpientes
secas y negras se convierte.
Se acercan, sus lenguas
portan las matanzas, la sinrazón,
toda la crueldad de la guerra
y toda la crueldad del silencio
que tiñe de gris los campos verdes.
Despavorido, huye, se interna
para que no lo encuentren
en el páramo más oscuro
de la cripta donde se encierra
su uniforme seco y raído
con sus galones podridos
y su cuerpo arrugado e inerte.
Se encoge en el ataúd,
cierra la puerta y espera,
el silencio que viene,
es más terrorífico
que los aullidos
del mundo todas las fieras,
oye como todos los espectros
de los soldados llegan
seguidos de las sierpes
que a devorarle esperan.
Una luz cegadora entra,
la tapa vuela,
le agarran,
le sacan, le desgarran
y en un infinito grito helado
se consume su condena….
A la noche siguiente volverán
todos juntos a por su calavera
porque ya ha amanecido
Y ahora Lucifer le espera…