Voy caminando.
Compostela amanece enriquecida
de aire fugitivo de las montañas
feliz a su manera, verde y gris
entrometida entre la niebla rígida,
como un muro que de súbito
hace caer la lluvia sobre la vida
con su lengua de rocío sobre la tierra
patria de flores gorriones y saliva
que alcanza a encontrar el cielo,
hasta acabar en los paraguas
de caminantes que miran al suelo
y llevan su felicidad escondida.
Miren que yo,
no acostumbrado al aguacero
sino más bien a un sol señor y dueño
acechando a la única sombra
de un pino, bajo infinitos viñedos,
escribo sobre esta patria
y no lo hago mezclando mis anhelos
que allí quedaron otros sueños.
Pero escuchen que, sin consuelo
veo una Galicia llorando a sus robles,
que antes, rica, tenía cientos y cientos
y que lápidas de eucaliptos enormes
han acabado siendo,
y ahí,
es entonces cuando yo me acuerdo
del nombre de mi patria chica,
y su escudo con tres fantasmas
alzándose perdidos en el tiempo
que son el recuerdo de un bosque
del que huyeron hasta los esqueletos.
Es curioso por donde fluye la mente
y como enlaza los pensamientos
mientras se camina hacia un destino
en mi caso, entre enormes monumentos,
bajo mojadas calles y algunos robles viejos
que pueblan Santiago junto a otros nuevos,
y que haciendo volar mis sentimientos
hacia ti, Villarrobledo, me hacen escribirte,
pero cuanta envidia sentirías al verlos!
tan hermosos
y tan inmensos.
Ay de ti! alguno te queda,
o un par acaso, al menos
eso cuenta la leyenda
eso dicen tus viejos
aunque lleven esas semillas
tus hijos en un gran eco
dispersado en otros lejanos pueblos
donde plantaron ellos la noche
estrellada de tus páramos eternos.