Vigo
A mi Luisete
I
La ciudad
Pechos de monstruos con cien ojos vacíos.
con su piel llena de caracoles negros
lamiendo sus ombligos, son las fachadas
o las iglesias o las casas o los astilleros.
Panteones todos poblados por helechos.
Gigantes ejércitos de cientos de lenguas verdes
se trenzan al descolgarse de las vacías fauces
del granito viejo que huele a olvido
con su fantasma en todas las esquinas
de ti Vigo, osario y ciudad,
con tu historia muerta repartida
como esqueletos de pétalos grises por las calles
como nubes enormes mordidas
eternamente por el crepúsculo.
Te late una mirada profunda de pescador, añeja.
y una sonrisa de flores silvestres, perezosas a la lluvia,
desnudas siempre al sol, mirándose en el espejo azul
rosáceo de la Ría enamorada.
Explota el firmamento en cientos de cientos
de cientos de mariposas rojas
volando por caminos de sucio asfalto
que desembocan en las manos extendidas
de los árboles y de las vivas hojas.
a un lado el latido del bosque espeso.
al otro el rumor del atlántico con su garganta abierta
y mezclada tú, como una gaviota
de una punta a otra. Oscura.
sobre un yunque de angosta natura.
abandonada y bella,
como un lunes de luna.
II
Los cafés
Se elevan palomas de palabras en los cafés
mientras una corte de destrozadas fachadas
abraza las conversaciones con sus balcones muertos
donde han florecido las margaritas salvajes y los gatos viejos
-asciende el aliento
del café caliente-
Los mendigos piden
Los policías patrullan
y las gentes beben.
las gaviotas vigilan arpías
y mis ojos tiemblan
al percibir la melancolía
que late
fundida en un lamento susurrante
estremeciendo mis pupilas
con sus aguaceros
crepusculares de sangre.
El cortejo fúnebre de una boda irrumpe
en esta plaza oscura parida
con bloques de rocas antes grises
conquistadas ahora por la negra vida
diminuta y dolida con sus demandas
y su pliego de reclamaciones a los hombres
Se afila el ocaso de poniente sobre los rosales
naturales y el insulto del hombre a su sueño
partido por las voces de cuatro borrachos que van
buscando su eco entre vasos de orujo vacíos y rotos,
hechos millones de lágrimas de pequeños cristales.
La tarde
fluye
en una danza
que jamás acaba
que no se termina ni interrumpe
calada en la trágica mirada
de los bloques esqueléticos
donde las gentes
dan a luz cafés
para intentar curar
con la sonrisa profana
de la vida,
la mueca macabra
de la muerte.
III
Transatlántico en el puerto
La gran chimenea de la cáscara de bellota
que se clava en el pecho del atlántico
atrona la ría y el puerto. Quebrada
su voz, ronca y cargada de negro humo
cabalga sobre el lomo del eco
por los astilleros sangrantes y los faros sin fareros,
por los firmamentos azules y los suspiros de los marineros.
suena otra vez, vuelve a sonar
Ya su sombra sobre el mar es un espectro
Una pesada pluma desprendida del sueño del hombre
hecha de acero, que hace bostezar los labios del océano
enviando correos a las playas y en las olas recuerdos
se despide,
suena una última vez,
a lo lejos.