A mi Pepe y mi Alber
porque disfrutamos el terror de niños
y con él hemos crecido de mayores.
Por aquellas imborrables tardes
Un abrazo.
En una noche de lluvia
de truenos y con el cielo rojo
con el aire denso
que hacia cristalizar los ojos
andaba entre mil rostros
una niña de vestido blanco
de fríos labios,
de sonrisa torcida
y por expresión letargos.
Solita ella estaba
rallito de luna encallada
viendo pasar los claros
que a veces la lluvia dejaba
como una paz fugaz,
en el corazón de los espantos
No lloraba,
porque su alma tan antigua
ni se acordaba, ni quería
sufrir mas de lo que la luna
al no salir le permitía .
Tan chiquitita y perdida
tan cansada de volar sobre el suelo
acariciándolo como una pluma
buscaba a la madre y la vida,
¡No dejaba de mirar el cielo!
Y que negro se veía,
ni una sola estrella por ella salía,
pues ya se olvidaron
y solo se acuerda de ti la tristeza
¡La muerte! y la agonía…
En sus paseos la niña creía
ver los cabellos de su madre
detrás de una tapia herida
alborotada de huesos
entre el cemento verdeado
de olvido y sus ecos
de llantos y de recuerdos
paseaba un hombre,
que enterraba sueños,
debajo de la tormenta
caminaba a pasos casi secos
encapuchado y lento
entre la furia de la lluvia
huían los gatos negros,
y en la oscuridad un rojo intenso
entre las manos del sepulturero,
una rosa mojada,
para calmar a los vientos,
y rezar a los luceros!
la niña le miraba
desde su turbia ventana
dejar la pequeña rosa y perderse,
con la madrugada.
por un segundo cesaba el viento
y el, con un escalofrío,
un grito ahogado en la garganta
y una lagrima encallada
se alejaba con la figura en los ojos
de aquella triste muchacha blanca
que en las noches de tormenta
buscando a su madre
se despertaba.
y salieron las estrellas!
y se la llevo la luna en el alma!
hacia la eternidad de nuevo,
en una barca.