Mozart está muerto,
a Lennon lo asesinaron,
Dvorak son las nubes
y Lwing Van
está en el dulce limbo
terrible, de los sordos
donde todos acabaremos,
sin que los respeten
los dedos de los pianistas
que también
se marchitarán
como los oídos
emborrachados
de las notas
de sus vidas.
Porque somos las viudas
blancas de las teclas
de los agujeros alargados
de veintiún suspiros negros
que nos hacen recordar
a todos los músicos muertos.
a todos los oídos sedientos
que se levantan cada mañana
en las lápidas donde la muerte
firmó su último encuentro
con los labios
de los tímpanos,
y los recuerdos.
Ort