Los quince y los dieciocho,
los dieciocho y los veinte…
Me voy a cumplir los años
al fuego que me requiere,
y si resuena mi hora
antes de los doce meses,
los cumpliré bajo tierra.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.
Miguel Hernández Vientos del pueblo
Dedicado a todos los que guardan las palabras de Miguel en el corazón
Poeta:
¡Diosas de la libertad y la lucha!
¡Decidme, oh musas gentiles
vosotras que deleitáis humildes
el corazón del campesino!
¡Habladme de aquel hombre
que hizo leyenda de su nombre
y de su corazón camino!
Habladme vosotras, distinguidas
en el arte ilustre de hilar historias,
y como el fuego aviva las memorias
recitadme al alma vuestro llanto,
y contadme de aquella guerra
que el atardecer ya se cierra
apremiando la noche con su manto…
Ya oigo vuestra voz humilde, si…
Viene en forma de nubes densas,
altas, pobladas de montes blancos
que manchan el profundo cielo azul
descarnado y placido de la tarde…
Vais salpicando el horizonte
de velas de barcos imaginarios
oh, Jornaleras! ¡Labradoras
del campo augusto de los tiempos!
¡Contadme oh musas, de vosotras quien fue
la que no dejóque cerrasen sus ojos abiertos!
Susurrarme su vida, su leyenda, su destierro,
musas turbadas del reino de los llantos
de los océanos de las letras de los poetas muertos…
Musas:
Él era pastor de cabras
Miguel su nombre. Moreno
como la piel negra del cielo.
que quiso siendo cabrero
ser la voz de los vientos,
arquitecto de luceros, los ojos
de nosotras las musas.
y de nuestros anchos versos.
Quiso él inundar de flores de lluvia
al humilde pueblo labrador.
Quiso enfrentarse él a la furia
de la mano fría de la muerte,
Con la letra absoluta del amor.
Poeta:
¡Miguel, ya lloraban por ti las musas
Antes de marchar Miguel!
Pero, seguid narrándome mariposas;
leve halito y espada de la rosas rojas,
seguid contándome,
de su sombra, mis rebeldes diosas…
Musas:
En una guerra se encontraba
su animo fiero de lucha y libertad.
En una guerra, parca de la piedad,
en el que a hermanos,
unos y otros enviaban a matar.
¡Y gritaban las madres al enterarse!
y enjuagaban la sangre de sus manos
cuando los iban a enterrar.
A esa guerra fue Miguel, nuestro Miguel,
noble y como siervo atento del que lucha
por el derecho a decir, a decidir,
a vivir, a soñar… A esa guerra asesina
se fue por entero, ¡Él! a entregar…
y le persiguieron, le acecharon
los perros sedientos de la sangre
pura y libre de los hombres…
Anduvo él, con su fusil en alto,
hacia aquellas tierras en primavera
que los campesinos sobre las eras
se deleitaban cuidando.
Su lengua no dejaba, pura,
de asomarse a cantarle a la luna
mientras iba caminando.
Alentando al pueblo a luchar
y a cantar que la vida es sueño
y el sueño de la libertad
es el don quizá mas alto.
Dejándose la lengua, la voz
el alma y la vida en la empresa
de un amor infinito,
más grande que el cielo y el llanto
Poeta:
Cruenta guerra esa, musas mías…
De ella aun se desentierran calaveras
bajo las cunetas de mi pueblo ya frías.
Bajo este cielo aun, oh diosas,
sigue presente el halo de su melancolía…
Y el veneno de los asesinos,
Que aun sonríen… todavía.
A él se lo llevaron, lo se,
y como a tantos lo sentenciaron
a la agonía… Pero, ¿Que veía?
¿Que sentía aquel poeta?
¿Que peso sobre su corazón había?
Musas:
Cada tierra que pisaba con sus ojos
él la iba pintando, pintó largas colas
de trenes de heridos, dibujó vientos altos,
valientes, hundidos en los ojos malheridos
de miles de españoles sobre los que se cernía
la inmisericordia del mundo de los vivos.
Y entregando luz a un pueblo él se apagó
en una celda triste. Soñando con deshacer
la noche en constelaciones, estrella a estrella
lucero a lucero, como una cebolla negra;
y dándosela de soñar a su hijo
vencer la tristeza del cautivo… La pena.
Carceleros de mentes yermas
cortaron su precioso pelo,
le condenaron a muerte y le maltrataron.
Devorándole la sonrisa le ataron.
Sobre las paredes él iba dejando
triste la tinta, mientras la borraba
la enfermedad y se la entregaba
a un corazón que se iba apagando.
Apenas un sucio y pequeño papel
como un barco en su proa alado,
arrugado, pero eterno y preciado;
como un basto océano de flores difusas
le enviaba de nuevo al mundo,
y como un sueño profundo;
lo entregaba a nuestras manos
pues somos la tierra, el pueblo,
los ríos, el mar, los cipreses
almendros, higueras y álamos…
Los regentes asesinos
le pidieron que desheredara a un hijo,
a su Vientos del pueblo,
para curarle de ese mal
tuberculoso y amargo de odio
que ellos mismos le entregaron;
¡Y que no era si no en su mente
la enfermedad de las cadenas
en la mente del soñador alado!
Y él eligió morir para sobrevivir
junto a su hijo, y lloró versos
y letras que alzaran al pueblo
Cuando despertara de su letargo.
Cada vez más ausencias fue cantando
cada vez más triste, cada vez
más valiente y mas soñado
más luminoso y mas paciente
cada vez más lento y mas cansado…
Poeta:
¡Oh musas, que cantáis al oído
del poeta este sabor triste tan amargo!
¡Vientos del pueblo, de Miguel,
fue el hijo suyo que hablo más alto!
sus ecos aun nos llevan y nos traen,
aun nos esparcen por un lecho blanco,
precioso humilde y libertario…
Que sabor el de la verdad,
tan amargo…
Pero a su vez tan luminoso…
Tan noble,
que hace a un humilde caminante
preguntarse cuanto vale un ideal,
cuanto…
Que hubiera sido si él,
a la hoguera, silencioso;
se lo hubiera entregado…
Y de nosotros… tanto poetas
como pastores, tanto obreros
como soldados…
¡Que hubiera sido si Vientos del pueblo
se hallara para siempre condenado!
Musas:
Miguel y su hijo, Se negaron.
Se vistieron con cuerpo claro,
con ansia en el alma y luz
y se fueron junto a la libertad de España,
hacia algún lugar lejano,
del que no retornarían
pasados muchos años…
La enfermedad le mató.
Le mató la cárcel y la pena,
le mató la sinrazón
del vil monstruo y asesino, villano
que acuchillando la libertad
le quitó la palabra de la boca
y la pluma de las manos.
Pero no pudieron.
Sus ojos abiertos no pudieron cerrarlos…
¡Como iban a encerrar la primavera!
¡Como iban a apagar el sol y velar la luna llena,
si de la poesía y la vida jamás serán los amos!
¡Los ojos bien abiertos a la vida,
y a la eternidad solamente encadenados!
¡No pudieron acabar con aquel pastor
que tuvo el don de la libertad en sus manos!
Su voz y su palabra, como arma
antes de irse sobre los pies del pueblo dejó,
y a la triste guerra murió desheredando…
¡Pues esa empresa
a la que los hombres llamáis guerra,
solo se debe al corazón
para luchar por el amor
que todos los males arranca de la tierra!
Poeta:
Que grandioso morir por el amor,
y que triste es el morir por una guerra…
¡Oh musas, suena libre vuestra voz,
la ceniza se convierte en silvestre hierba
tornandose vuestras palabras tiernas
cuando vais a decir adiós!
Musas:
Tendremos a Miguel siempre,
por un muchacho soñador,
sentado a la vera de la sombra de un árbol,
libro y lápiz en mano, bajo el eterno horizonte,
con los ojos cerrados, soñando siempre,
siempre imaginando… esa sonrisa suya,
ese afán de luchar y de haber muerto por algo
que vale más que el tiempo y que los reinos
de los hombres que se caen por falsos…
Él se entregó a nosotras, las Musas, Diosas
de la palabra, defendió la libertad de crearla,
y lo condenaron por ello, como a tantos…
Llamaron a la muerte inmisericorde,
pues jamás podrían vencerlo, para llevárselo,
y sin una triste despedida lo enterraron.
y Miguel se hizo viento, ceniza y verdad
Viento del pueblo,
ceniza por el paso de la vida
y verdad por la lucha del que quiere vivir
y vive.
Su sangre de palabras se ha esparcido
por los cuatro costados de la tierra,
repartidas por nosotras Las Musas
para que venzan el yugo del olvido.
Pero sigue siendo el amor de su pueblo
el que mantiene su corazón vivo
nosotras tan solo mensajeras somos,
hechas de ensueños libres y furtivos,
de miradas infinitas de un segundo,
y de vidas que engañaron al destino…
Poeta:
Las nubes crepusculares desaparecieron
y el cielo se ha cerrado, derrumbándose
por fin la noche que todo lo cubre
sobre este bosque otoñal de finos sueños,
que saben al recuerdo de antiguas luchas
tan vivas, tan latentes en el corazón de tantos…
y que dejaron tantos y tantos ecos…
Ya se alejan de este paramo verde
las musas, mi querido poeta; Miguel.
al aparecer los primeros rayos de luna
nocturnos, sinuosos y brillantes de la noche.
Y te haré ahora, compañero;
desde esta tierra muda
hacia donde quiera que estés,
mi más humilde funeral
con infinitas rosas de versos,
pues reuniré todas las lagrimas
que me brindaron las musas
y las mariposas,
enlazaré con su aliento
todas las flores rojas
que dejaron sobre tus palabras
jornaleros de voces orgullosas
y devolveré serena tu figura
al cielo moreno de donde viniste
Despidiéndote,
con un agradecimiento en el alma,
y el corazón en la mano
por haber caído y luchado
por la libertad de un pueblo
que te perdió tan temprano.
¡Adiós Miguel!
¡Adiós Poeta! ¡Adiós hermano!
¡Que las musas que creo tu letra
siembren por siempre violetas
en el clamor de tus paisanos!
Adiós Miguel…
que el amor que dejaste
jamás será en vano.
Ort