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Al otoño que pasó, y a la primavera que vendrá…
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Torbellinos de hojas secas
repiqueteando en las aceras.
cielos de color café manchados
sonríen macabros a los fantasmas
marchitados de la primavera.
En mi caminar se cruzan las hojas,
como cascarones de sueños abiertos
que se alejaron y echaron a volar,
alas de carmín dorado que por saltar
desunas al barranco de los silencios,
jamás ya se despertarán.
Y es solamente cuando el viento las toca
con sus vibrantes dedos, cuando desboca
la música del violín de la tristeza
cuerda a cuerda, nota quebrada a nota,
naciendo de sus entrañas crepusculares
la más deliciosa música, melancólica y rota,
que pudo salir un día de la garganta de las flores,
de los bailes de los arboles ante una noche de verano,
del suspiro de una luna menguante sobre el cielo,
del amor de la tierra sobre los vientos!
ahora mensajeros implacables del pasado,
y mercenarios del tiempo.
Que llevan y traen, que vuelan y posan
las barcas doradas, las preciosas y frágiles hojas,
tiritando de nostalgia, extendiendo alfombras
sobre el asfalto frio y manchado de la calle.
Las lágrimas de los arboles tocan y tocan
su música sin descanso, y quien las oye,
si sabe escuchar sabrá ser casi una más de ellas,
y como quien oye cantar a las sirenas,
se fundirá en ese canto de clemencia a la eternidad.
Pues todos somos hojas, todos somos motas
de polvo engullidos por los torbellinos
crepusculares del cielo y del bramante mar.
Sueños y sueños que no saben hacia donde van,
que mirar se les ha olvidado, y que no saben
si dormidos o despiertos irán con la muerte a dar…
Tan efímeros somos, como esas hojas
que llorando nos susurran que aquel verde,
aquel infinito verde era un sueño efímero,
solamente. Tan frágil como la luz de los luceros
atrapada entre las furiosas garras
de una noche oscura de tormenta.
Y como la luz purpura de la tarde sobre el cielo,
como la juventud, los días y ensortijados sus anhelos,
como las nubes y las estrellas que se mueren y se van,
las oirá susurrar, a ellas; cantar. Y sabrá,
que lo que ellas le roban al mundo,
es la nostálgica mirada del caminante
que pasa atareado en sus adentros
con la mirada perdida, advirtiendo las hojas,
y descifrando su música triste como un eco,
como un solemne rumor de las lejanas olas.