Bajo una arquitectura poética en ruinas
que el silencio conquistó con hiedras verdes
atadas a los nidos secos de las golondrinas,
un árbol de sombras, retorcidas las ramas mece,
en baile solitario junto al son de las espinas
de los cardos dorados de morada frente.
A las puertas, un jardín de olvido y una fuente,
donde descansan caídas las hojas que duermen
perdidas en una eterna tristeza de muerte.
Sobre ellas, la figura de bronce inerte
de una musa, corona y señala
con el dedo índice el océano celeste
sus labios oscuros, en una suave pendiente
van de la sonrisa a la locura
cuando un rayo que acecha los prende
Sus ojos vacíos, sin vida, están ausentes,
y a sus cabellos apagados y esmeraldas
ascienden escalando las flores silvestres.
Una salamandra a su cuello se enreda,
por su espalda desnuda desaparece,
acaba de salir la luna llena
y es tal la luz que desprende,
que las ruinas aúllan, el viento crece,
el árbol danza y las hojas se mueven
haciendo sonar la vieja fuente,
susurrando melancólicas, ligeras,
en una fantasmal corriente.
Mientras mira ella, siempre
entre la maleza, hacia poniente
y la soledad la envuelve
con la niebla,
como una serpiente.