Tremenda mentira,
nos metió el patrón
quien siendo muy joven
mucho navegó…
Había una vez,
debajo del mar,
ocho hermanas,
de negra piel,
de cansado afán,
condenadas a hilar,
el fuego tierno,
del centro de la tierra
un día tras otro
y tras éste otro día más.
remota familia
de las ancianas hilanderas
que el camino del hombre
aran y siegan.
¡Nuestras hermanas eran
ocho centinelas bellas
condenadas a ser velas
que se querían asomar
bajo el abismo a las estrellas!
y volar por el agua
como lo hacen las sirenas,
hasta respirar el viento
sobre el negro océano
y como un faro
alumbrar a las tormentas.
Se armaron de valor,
y resueltas
decidieron escapar
aquellas ocho hermanas
de diamante cabellera.
Allá abajo
en el corazón de la madre,
corrían leyendas
de colores
que oscuros se volvían,
contaban que arriba
los sueños eran azules
y de negro una vieja los vestía
y que alguien
como un centinela enamorado
ardiente siempre
la seguía y la seguía y la seguía.
Su Madre, que todo lo sabía,
las mandó llamar
a las ocho, cabizbaja,
y entristecida…
»¡Escapáis de mi corazón
para tatuar en mi piel la vida!
Algún día marcharíais
llegada la ocasión, lo presentía,
pero tú no–le dijo a una-
que has de ayudarme a hacer girar
la rueda de las esperanzas
de los que allí caminan
las flores y la sabia
de los árboles, saliva
y calor de esta llama viva
corona de todos los sueños
aliento incandescente que cultiva
con fuego el alma que late
y late para dar a luz al día
Era la más bella de entre ellas,
era la más morena
de las islas que se gestan en la tierra.
Y el silencio la fue apagando
con una querella dolida
asomada a sus labios tristes
Mirando a su madre,
con la esperanza herida.
Las siete hermanas
vieron por última vez
la rueda, el corazón
que gira la tierra
ardiente
que no se detiene ni respira
Sobre la rueda
Había una rosa
de blanca vestimenta
dueña de todos los colores
y por todos los amores cubierta
que espirales sin fin guardaba
dentro de sus pétalos, abierta,
refulgía.
Al lado su madre la tenía
alma de lo que vive
recuerdo de su piel ámbar
testigo muda
que con ella envejecía.
La bella hija
por las historias seducida,
no pudo resignarse
¿Quién lo haría?
si hablaban que se veían
pequeñas esmeraldas
brillando eternas y encendidas
ante un rostro que sonreía
y que era la hermana de su madre,
y prima lejana de todas las islas,
que en el planeta envejecen esparcidas,
decían, y decían
que apasionadas ambas
en el espacio bailando se movían
en un remolino de luz divina
donde la nada y el todo habitan.
El día de partir
hacia otros mundos
que se abrían más arriba
todas ellas besaron a la madre
y cuando del fondo del mar
abrían las puertas coralinas
buscaron a la pequeña
con la mirada melancólica
del que pierde lo que estima
pero en pavorosas muecas
sus miradas se tornaron
se helaron de terror
al ver a la muchacha
con la rosa entre las manos
observando la flor
fascinada por lo que veía
La madre abrió de golpe los ojos
que contenían infinitas fieras
y miró a la morena
gritándole que se detuviera
pero ella acercó los dedos
y arrancó la fina piel, casi de acuarela,
de un pétalo de la rosa
-centinela de venideros años-
y llevándoselo a los labios
lo besó
y un temblor sacudió las hogueras
gigantescas y profundas del planeta
y la rosa brilló como jamás brilló una estrella
y una herida empezó a surgir,
un volcán desde el fondo de las tinieblas
de los océanos oscuros
empujando nubes de olas lentas
hacia la superficie
donde tienen sus dominios
las veredas de un iris infinito
manchando una pupila inmensa
y mientras sus hermanas
divisaban por primera vez
la luna llena y su fuego
haciéndose oscura piedra
como si una escultura pareciera
formaba playas, que más tarde
conquistaría la arena
explusando ceniza y lava
la octava isla, aquella
asomando sus cabellos
ya a las estrellas
con la rosa aun en los labios
al verse libre
como pájaro echado al horizonte
sus ojos cierra
y el hechizo de la flor estalla
Y por un momento el universo
Cae dentro de ella,
golpeando su corazón
Como golpea un cometa la tierra
y su alma comienza a fundirse
bajo las alas curvadas de la rosa
y de muerte empieza a teñirse
con aquella luz bestial y preciosa
ay! la morena más frágil
era cuanto más hermosa!
y mientras la flor devora
hasta el aroma de su boca
en los ojos queda
el espejismo de dos mundos
como dos fragatas que chocan
y todo explota
todo se ciega y a la morena
la muerte se la lleva
pero se olvida de su sombra,
y aquella isla
que por un momento vio la costa
desaparece y pasa de astro
entre las olas, a nebulosa.
La flor cayó al suelo
su madre la recogió
y tierna la dejó sobre la rueda
girando y marcando
los compases, las horas
silenciosa allí abajo,
pero viva.
Una
dos tres,
cinco,
las siete hermanas
se iban poblando de verde piel
de árboles y montañas lunares
de arena negra como el océano
y dorada como los manantiales
de lava que expulsan sus volcanes.
Siete y otras tantas
nacidas cerca de sus caderas
reinas todas del atlántico
perlas liberadas de las profundidades
donde los abismos apasionados
tienen por leyenda los glaciares.
Y no miento si les digo
que en alguna noche clara,
casi espumosa, cuando, vez rara,
se conjuran las constelaciones
y las medusas adornan
sus melenas con luz plateada
han visto no pocos pescadores
la figura de una isla lejana
misteriosa, entre el Hierro
la Gomera y la Palma
la sombra de una diosa
el fantasma…
Morena que libertad soñó,
y a veces se aparece,
encantada.
San Borondón la llaman,
a la hermana perdida
de las Canarias.
¡Decidme marineros
si la vierais! ¡si veis
el apagado fuego escarlata
de su vestido espectral
con sus arrecifes de plata!
y volver para contarme
navegantes, como surge
de entre las olas blancas
aquella isla perdida
de piel de suspiro
y corazón de esmeralda.
A Irene